La educación (entendida como Paideía), supone el descubrimiento del carácter evolutivo y abierto del ser humano.  Este carácter inacabado está en manos de la naturaleza que lo forja y también en las palabras en las que se hace y con las que va formando la interpretación del mundo y de las otras personas entre las que se realiza y completa la propia vida individual.

El hecho que el lenguaje sea el alimento básico de la educación, significa que la estructura de la personalidad será resultado de un diálogo con las personas que llenan las experiencias de nuestra vida.  Es muy difícil que haya educación si no se configura como lenguaje y no se realiza como diálogo. 

Este lenguaje lo aprendemos en el ámbito familiar pero también en el ámbito escolar y social. Estas instituciones están moldeadas desde principios políticos, ideológicos, confesionales que interfieren en el significado de la esencia semántica del lenguaje.

Ante el mundo y la realidad que nos envuelve, las personas han ejercido el principio interactivo de la transformación de ese mundo, actuando sobre las cosas, después de aprender a nombrarlas.

Hoy en día, con la tecnología, se ha transformado la estructura de la “realidad”, del fenómeno, porque podemos ver sin estar, interactuar sin tocar, percibir sin contacto con lo “real”.

Mantener esta doble oportunidad de diálogo con lo real y con lo virtual, ha de generar en las personas, la capacidad de analizar, criticar, asimilar y comunicar nuestro discurso interior. A priori, se nos ofrece más para poder construir nuestra experiencia de aprendizaje.